Según cuentan los que recuerdan, el Discípulo cuando fue reconocido como Maestro por su MAESTRO, salió rumbo al norte en sandalias, con dos mudas de ropa, dejándose crecer la barba y el pelo, sin comer uvas, sin tocar dinero ni sexo, durmiendo en el piso, sin pedir nada y abierto a lo que le den.
Tenía como única compañía a un discípulo muy joven, venido de tierras lejanas. Así juntos transitaron los poblados de Morelia, Pascuaro, Apazingan, Uruapan, Jacona, Zamora hasta Guadalajara. Él, desde muy niño sintió, por su abuela que le decía: Tus ojos son los ojos del Cristo, que Dios estaba en él y había que ser como ÉL. Quizás por eso, el Maestro lo invitó a acompañarlo, como dice la tradición: “donde quieras que os reunáis dos en mi nombre allí estaré entre vosotros”.
Durante el peregrinaje del Maestro era acompañado en la armonización y disciplina física en las madrugadas. El agua fría, la yoga al medio día y la meditación al atardecer eran las rutinas diarias, amenizadas con reportajes en los medios sociales y la conferencia que en todos lados le pedían: ¿qué le sucede al Hombre después de la Muerte?.
Una noche, el discípulo, después de haber escuchado al Maestro varias noches la misma conferencia con las variantes impensables que sacaba como un mago de su galera, estaba acostado en la cama que le ofrecían gentilmente al Maestro y el Maestro gentilmente se la ofrecía a él, para cumplir con la regla del Nazareno o Sanyasin.
Le contó sobre el miedo a la muerte que tenía desde pequeño, la muerte de la sirvienta, del abuelo, del padre, de las liebres en las caserías de los tíos, de la abuela sabia, del pájaro al que le disparo y revivió, de quedarse despierto e imaginándose el momento de su muerte, las reuniones con el grupo espiritual para experimentar la trascendencia en el silencio a través de ser consciente.
En la medida que le contaba se sentía liberado de esa tristeza profunda por las pérdidas, y se llenaba de una profunda alegría por el recuerdo de su inmortalidad.
El Maestro asimiló su realización y le dijo: Mi Maestro me enseñó a tener lo que necesitaba, luego, llegó el momento de dejar todo lo que tenía, morir para la familia y la sociedad, para nacer de nuevo en la cámara sagrada del Planeta como hijo de la Humanidad. Aquí andamos para demostrarlo.
El discípulo, entonces con una sonrisa que lo delataba le preguntó:
¿Cuál de las pruebas le cuesta más realizarla?, Maestro. Si era él como un agente de la tentación durmiendo en las mejores camas que le ofrecían.
¡Ven! le dijo, te daré la respuesta: abre la maleta…
Al abrirla vio con estupor que un frasco de vidrio que le habían regalado; con dulce de leche y unas pequeñas bolitas oscuras que eran uvas pasas por dentro; estaba roto y derramado parte del dulce por toda la ropa blanca y la capa del Maestro.
Cuentan que El Maestro se había salvado de las uvas de su discípulo y el discípulo se había beneficiado de poderle lavar la ropa blanca y secarla durante todo el día…
por Sisul
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